martes, 18 de agosto de 2015

Naufragio por ponerle nombre.

 Me reventaban las ganas de escribir mi sangre. No sé por qué válvula empezar ni en qué diástole centrarme. Puede que sea importante la vez que aquel se bautizó Maestro sabiéndose descarado y feroz suficiente como para agarrarme la cara y obligarme a verle. O el otro, que se veía con derecho de decirme Maga y tirarme las copas, tratar de ser aquello imprescindible que resiste a las mudanzas del tiempo y a las mías. En definitiva, todos se equivocaban. Pero sobretodo tú. Tú y tu poesía inservible, tu afán de yo primero desde la cama, tus dioptrías en base a excusas, tu ego engrandecido por el cristal de las mismas y tu paraguas amarillo horrible con forma de orgullo. Yo soy la de siempre, que da golpecitos en el cristal del sótano con la punta de sus botas rojas de agua y baja las mismas escaleras para buscarte a la misma hora y hacer de todos los días uno diferente. Esa que no escapa del placer pero se echa a llorar si la obligan a no cerrar los ojos cuando la observan. La que no escapa del sentir sin sentido pero intenta buscar tu voz bajo mi voz llorosa en otras letras, olvido de bajo consumo. Soy la que llora y  también la que no deja de llorar. Pero tú, tú sí que no sé quién eres. Con tu sí porque no y tu no porque sí y tu tampoco porque todavía y todavía porque siempre. Todavía porque siempre. Gilipollas. Ahora mismo solo quiero tenerte aquí, hacerme una lámpara con pedacitos de tu cráneo para que me ilumines de verdad, tenerte conmigo pero con otras, exigirte la jodida verdad, porque el amor sin amor no duele y nosotros jamás hemos tenido nada parecido ni nada mejor. Estás completamente loco, no sabes lo que dices cuando no me hablas y no tienes ni idea de lo que haces cuando no me miras, no veo el principio del verano como el final del padecimiento y me arde ver que estoy esperando en vano, pero dime qué otra cosa puedo hacer. Si eres tú.

viernes, 18 de julio de 2014

Me duele todo tanto de imaginarte imaginándome. Me hablas, me oyes, puedo verte, pero no estás aquí. No estás, te lo diré cuando estés, lo sabré yo, lo sabrán todos. Será como una explosión, una gran catástrofe que terminará con todo aquella mentira tan bien conocida hasta entonces, la noche cortándose bajo un cielo hirviente de estrellas. Y de repente, tú. Va a ser algo increíble, robarás palabras de labios de los viejos poetas, robarás las flores ya marchitas de cada verano rojo que pasé sin ti, nos querremos en voz baja enloqueciendo un poco más de nuestra locura, regodéandonos en un final inminente, y por una vez te dejarás amar. Entonces ya no habrá más preguntas, no habrá siempre alguien detrás de mi oído replicando por qué, para qué ni hasta cuándo, respuestas a una ignorancia que siempre fue lo mejor que tuvimos. Puede que nos sigamos queriendo, o que como mínimo nos amemos sin amor, redefiniendo el término, que espiremos en espirales de humo que clarea en un dolor que se parece a ti de una forma ridícula, dormido pero esperando que te grite que me digas que al menos te he inspirado algo, que no seas hijo de puta. Y no sé, algo más, lanzarte alguna cosa a la cara que se rompa, y en lágrimas, querernos así porque es necesario y es difícil, construirnos jaulas para empeñarnos en llamarlas de otra forma, quitarnos las máscaras y asumir el limbo, temblar con razón y besarnos bastante, no buscar jamás una salida.
O quizás no. Quizás poco me importe el no llegar a conocerte, porque total, conociéndote volverás a escribir poesía que me raspe en la lengua. Conociéndome te esperaré sentada en la terraza algún anochecer de calor y luces, pero jamás te abriré la puerta. Te esperaré así en silencio insoportable, me morderé el sufrimiento de los labios, amanecerá temprano y seguirás ahí, seguiré aquí al otro lado de la puerta, seguiremos sin ser y ya está. Continuaré sin creérmelo , cerrando los ojos sobre la imagen de tu espalda evocando a ratos también el cóncavo interior vacío de tus ojos azules, estas vagas necesidades que tengo de tenerte. Nada volverá, ni versos ni besos ni discutir entre canciones ni querernos en lugares sucios ni apagarnos despacio al terminar, para que solo me mires y despaciosamente tu boca de arsénico vuelva a curvarse en una parábola sencilla y pueda afirmar por enésima vez con la misma rotunda y redundante certeza de la primera, que esa sea la sonrisa más triste que haya visto florecer hasta el momento.

martes, 24 de junio de 2014

El destrozo.

No necesito eternidades de nadie. 
No necesito musas que den respuestas a mis inspiraciones ni a mi poesía sin casi sentido. 
No necesito que me muerdan en voz alta en ratos en los que sobre el silencio.
No necesito otros labios en los que hundirme buscando algo llamado amor.
No necesito que lo busquen en mis labios.
No necesito lugares a los que huir cuando no tenga miedo ni razones.
No necesito viajes en avión a ningún mejor recuerdo en el que estuve ausente.
No necesito más sueños estúpidos e irrealizables e imposibles, esperanzadores.
No necesito aquellas ganas de bailar. Caminar por la calle con sonrisa imbécil.
No necesito manos casualmente re/encontrándose en un libro.
No necesito gritos que rompan los cristales y la rutina. 
No necesito eclipses de nadie, espaldas lunares, quedarme atrapada en otra órbita.
No necesito domingos pegados a un televisor, abrazos lentos, ni discusiones absurdas.
No necesito un trago.
No necesito hombres. Ni mujeres. Ni gatos (quizás gatos sí). 
No necesito que me digan que mi pelo huele a. 
No necesito que me llamen Margarita.
No necesito dejar de tachar los días que faltan para otro día sin ti. 

Y no. 

Lo último que necesito
es que me quieran. 

otra vez.

lunes, 26 de mayo de 2014

Onomatopeyas de dormitorio.

 Te bebería la voz, si no te fueras.

 Si te quedaras, te debería
 algo más que unas palabras a media voz,
 mi poesía de ti, tu poesía
 la mitad de una vida sinvivida,
 pero bebidas en la bodega. 

Cristales rompiéndose bajo los zapatos,
el azul del océano en los mapas.
Noches de quitarte la máscara con los dedos ensangrentados,
y una poesía bailando en tu oreja, sin llegar a entrar.

Me quedaré contigo, y si te vas
volveré a no saber,
volveré a buscar sin saber
a tropezar con los pies,
perdiéndome de nuevo
otra vez nunca
volveré a.

Volveré. 

sábado, 12 de abril de 2014


No sé si existir
si tomar la decisión 
de tomar
el camino fácil de la no existencia y perderme
todos los veranos.

martes, 1 de abril de 2014

Escribiendo sobre la última hoja de la margarita.

 Cierro los ojos y estamos allí, yo te veo entre tres paredes viejas por encima del filo de una espada y una risa-resorte te expulsa de la cama, la esbozas extraña con los nervios a flor de piel, nunca consigo recordar si esa expresión es realmente así pero parece exacta cuando surgen verdes las libélulas de entre los pliegues de ese desnudo tan bien planchado, que siempre incitó a planear a ras de un futuro incierto sobre una promesa con alas de madera llenas de termitas. Bruja, te recuerdo peinándote y despeinándote sin descanso y esta despedida se me hace urgente, el parpadear es un efímero regreso a las primeras veces en las que parecíamos juguetes rotos y no armas de doble filo cargadas para jugar una vez más a la ruleta rusa. Iba a ser tu Oliveira, iba a adorar tus pies demasiado pequeños y tus uñas barnizadas del color de la noche, los milagros de nuestro hogar. Pero nunca pude. Soportar el dormir madrugada tras madrugada ocupando un grandísimo espacio en un universo de cincuenta centímetros de tu galaxia, humanizar tu silencio en mi silencio dentro de una atmósfera de alientos y exhalaciones que se entremezclan en un sueño confundido, en una pesadilla, en una especie de cárcel de aire. La responsabilidad de tener que salvarte la vida, de tener que salvarte de la vida, de tener que dejar que me salves con todas esas ganas y todo ese puto potencial tuyo a arrancarme estas palabras cobardes de la lengua y a desnudarme la mente. Desaparezco y lo hago antes de terminar de ahogarme en el recuerdo de unos amaneceres que aún te debo y que se escapan, con tiempo de dejar el vicio de medir el peso del alma por medio de la tinta, ahora cuando ya no queda nada más que algo de polvo y algunas palabras mudas que huelen a naranja y que parecen sábanas revueltas todavía llenas de pelo, ahora cuando mis nudillos manchados parecen un Pollock, ahora, antes de que vuelvan todas aquellas cosas hermosas y feas que a tu lado a carecen de toda lógica y profundidad, días de sobrevivir, de vivir sobre ti con miedo a sobrevivirte.

 El olvido es el preludio de la muerte y estoy tan vivo.
No te echo de menos, pero.
Amanece, y.


lunes, 27 de enero de 2014

Dame cuerda.

 Somos incendiarios.

 El descaro me enternece,
 menos cuando lo gritan tus ojos.
 Arrancamos las pestañas que parecen manecillas
  y en suspiros le pedimos deseos al tiempo.
 Tiene sentido.

 Ojalá hayas sido la tinta de mi papel. 
 (para reescribirme)
 Y ojalá no te borres si no es de lluvia. 

 Ese gato me miraba tan fijamente que.
 Ese gato me obligó a aprender a huir, 
 ahora se lo agradezco.
 Mi piel nunca estuvo lo bastante suave.
 Tu piel nunca estuvo.

 Fue brillante, 
 brillante que encandila
 brillante como Escher
 subimos y bajamos por esa escalera
 sin ir en realidad a ninguna parte,
 y sin encontrarnos.

 Pero quizás,
 autodidacta como nunca supe, aprenda a decir
 todo lo no dicho sin palabras.
 Es la maldición de estos malditos poetas, malditos.
 Es todo por la misma magia negra
 el delirio de la noche 
 el peligro de la noche, la noche. 
    -Ingenuos llamándolo miedo.-

 Está de más confiar.
 La verdad es una cruel amante
 que se disfraza.
 A veces es tan densa, tan pesada
 que no sabe escapar de los labios.
  Y sólo a veces,
 se desnuda.

 El descaro me enternece
 menos cuando recuerdo tus ojos
 sobre los míos
 mientras recuerdo a la puta
 otra vez disfrazándose 
 tú disfrazándote de amor
 yo huyendo como me enseñó el gato,
 a tenerle miedo al tiempo

y sin embargo,
 seguimos siendo.

 Incendiarios.